Conjeturas
Por
Francisco Cruz Angulo
Un día cualquiera de los primeros años de la década de los 60´s mi abuela doña
Ignacia Hernández Godínez me hizo levantar muy temprano; somnoliento escuché,
“mira hijo ya te conseguí un buen trabajo, dicen que tu nuevo patrón es muy
buena gente; vas a ir a su casa aquí cerquita por la calle Dr. Martínez antes
de salir a la Av. México. Ve con dios luego de bendecirme.
Educado en la obediencia acudí de inmediato a la casa del que
sería mi patrón estaba ubicada a dos cuadras de la mía por la Zacatecas sur.
Toqué el timbre y en segundos después apareció en la puerta
un hombre de estatura muy alta en calzoncillos. Luego me invitó a entrar a su
casa para explicarme cual sería el trabajo a desempeñar.
Sonriendo me dijo “así que tú eres el hijo de doña nachita”.
Sí le contesté. ¿Cuál es tu nombre?, me inquirió Francisco Cruz Angulo, a sus
órdenes.
Llevándose la mano a la barbilla me puso al tanto de lo que
sería mi trabajo “mira muchacho todos los días a las 6 de la mañana iras a
recoger un tarro de leche al mercado Abasolo (hoy Amado Nervo) y lo traerás a
mi casa. Enseguida te iras a desayunar y a las 9 de la mañana acudirás de lunes
a sábados a trabajar como ayudante de talleres en mi periódico “La extra de la
tarde” ubicado por la calle Durango entre Abasolo y Mina. Espero que seas
puntual a la cita. “Allá te espero”. Mi próximo patrón me despidió con una
palmadita en mi hombro.
Como me dio pena preguntarle su nombre una vez que llegué a
casa de mi abuela le pregunté a ella que como se llamaba ese hombre tan
grandote. Ella me contestó que los vecinos le apodaban el extra largo; y decían
que su nombre era Rafael, pero ignoro sus apellidos.
Al día siguiente puntual acudí a mi nuevo trabajo. Una vez
que entregué el tarro de 5 litros de leche, a las 9 de la mañana estaba
esperando en su oficina al famoso “extra largo”.
Mientras esperaba en la antesala de su oficina me llegó un fuerte olor a tinta que provenía
del fondo de la casa y un ruidoso traqueteo de una máquina que desconocía.
Poco antes de ser llamado por el patrón a la pequeña oficina que
se localizaba arriba de un tapanco de madera que estaba cerca de la puerta de
entrada a la sala de formato se acercó un jovencito chaparrito, güero y de
corte de cabello en forma de cepillo como de una edad de 25 años quien sonriendo
se acercó a mí y me dijo en voz quedita “mira chamaco, ten cuidado; el patrón es
un violador de niños”, retirándose con una irónica sonrisa hasta la sala de
talleres dejándome con los nervios de punta.
Seguramente el jefe de talleres don Cande contempló mi nerviosismo
y acercándoseme de manera patriarcal me
aseguró que no era cierto; que era una simple broma de Manuelito. Ya verás que
es una buena persona. Así fue como conocí por primera vez al que sería más
tarde destacado periodista y luego en la Ciudad de México titulado como médico
en medicina general, carrera que cursó con grandes sacrificios en la UNAM allá
por la década de los 70´s.
En efecto, una vez que Rafael García Casas me asignó como
ayudante de talleres bajo el mando de Manuel Valdez Hernández, tanto en el
trabajo durante nuestra estadía en “la extra de la tarde”, luego como tipógrafos
en el periódico “El Demócrata”, luego como compañeros en la escuela secundaria
para trabajadores “Nicolás Bravo”, y más tarde como alumnos en la preparatoria
de El Nayar y durante las memorables luchas estudiantiles en contra del cacicazgo
que ejercía en el sistema educativo estatal el Profr. Federico González Gallo
en la Sección XX de maestros, Manuelito siempre andaba de buen humor, bromista,
dicharachero pero siempre destacaba una parte de su personalidad: una gran
cultura general que a diario nos alentaba a la lectura; durante nuestras
conversaciones siempre giraban en torno a que los jóvenes deberíamos luchar por la justicia social, la libertad, en
contra de los dogmas religiosos y abrir
nuestra mente al mundo maravilloso de las ciencias y de las artes. Es más fue
él que nos indujo a estudiar a un grupo de jóvenes de aquella época los
principios básicos del marxismo-leninismo incluso nos afilió a una célula de
las juventudes comunistas. Siempre tuvo un espíritu solidario que jamás
olvidaré. Gracias a Manuelito descubrí los clásicos de literatura Rusa, entre
otros, Fedor Dostoievski, León Tolstoi, Chejov, Nikolai Gógol, Leónidas Andreiev,
Máximo Gorki y luego me abrió el horizonte a la literatura francesa, entre
otros, Jean Paul Sartre, Anatole France, Albert Camus, Juan Jacobo Rousseau, Montesquieu, Víctor Hugo y otros más que no
recuerdo por ahora. Todos estos libros formaban parte de su biblioteca personal
mismos que me los prestaba de semana a semana porque yo no tenía un quinto para
comprar libros. De esta manera estimuló Manuelito mi voracidad por la lectura
de otros grandes escritores de la literatura universal, lo que cambió mi concepción
de la vida y del mundo y que tambaleó mi formación religiosa.
Recuerdo que fueron cuatro libros que me prestó al inicio de
nuestra amistad. Estos libros fueron “el origen de la vida”, de Oparin, “los
Cazadores de microbios”; “como el hombre llegó a ser gigante” y un libro estremecedor
“así se templó el acero” de Ostrosky que narra la historia de un joven que con abnegación,
valentía, fortaleza espiritual y carácter, tenacidad y tolerancia enfrentó la
adversidad en condiciones de incapacidad visual para ayudar a sus hermanos de
clase a combatir al fascismo durante la segunda guerra mundial.
Recuerdo que después de leer estos cuatro libros alcancé la
libertad espiritual e intelectual al superar los viejos dogmas y prejuicios de
mi inicial formación religiosa; y lo más
importante es que mi vida futura se
encabezó a darle un nuevo contenido de compromiso social, mismos que lo he
practicado desde la tribuna pública, la protesta social, la academia y del
ejercicio periodístico hasta la fecha.
Gracias a su estímulo y apoyo en aquellos días de
adolescencia y juventud fue el que me abrió un nuevo horizonte para enfrentar
la vida.
Escribo esta breve remembranza en honor de Manuelito quien
lamentablemente falleció a la edad de 76 años el jueves pasado en la Ciudad de
México. Externo mis condolencias a sus hermanos, hijos y nietos. Que en paz
descanse mi estimado maestro.