domingo, 15 de julio de 2012

LAS IZQUIERDAS NO TIENEN DERECHO A LA AUTOFLAGELACIÓN

Los ciudadanos mexicanos mandataron en el pasado proceso electoral del domingo 01 de julio fortalecer el sistema de partidos y no darle la mayoría simple al Partido Revolucionario Institucional en la próxima Legislatura Federal ni al presidente electo, Enrique Peña Nieto.
Lo anterior lo podemos constatar en los resultados finales: el PRI solo le alcanzó para integrar una bancada de 207 diputados; y aun sumando los votos de su aliado el PVEM, -33 curules- no le alcanzará para hacer reformas ni siquiera por mayoría simple. Los ciudadanos al votar por un gobierno dividido mandaron la señal que el partido gobernante tendrá que buscar el diálogo y la negociación con las demás fuerzas políticas.

En la pasada elección, las izquierdas en su conjunto (PRD, PT, Movimiento Ciudadano), los ciudadanos votaron por 136 diputados para que los representara en la próxima Legislatura Federal.

Contra lo que se pensó, todos los partidos minoritarios incrementaron su votación y el número de curules: el PVEM, 33; PT, 19; Movimiento Ciudadano, 16 y el PANAL, 10. Evidentemente los que perdieron más curules fue el PRI y el PAN, lo que manifiesta que los electores decidieron fortalecer a los partidos pequeños y obligará al PRI y al próximo Presidente de la República de tomarlos en cuenta en aquellas circunstancias en donde se tomen las grandes decisiones en políticas públicas.

A los partidos de izquierda les fue muy bien en la pasada campaña presidencial y al Congreso de la Unión; a saber: 15 millones y medio de votos a favor de Andrés Manuel López Obrador, colocándolo en el segundo lugar. Su campaña fue titánica. Navegó a contra corriente al enfrentarse a toda la maquinaria del gobierno panista; a la poderosa estructura territorial del PRI abrevada en 20 gobiernos estatales; y una permanente descalificación en los medios de comunicación televisivos que manipularon deliberadamente o no las encuestas a favor del candidato priista, Enrique Peña Nieto.

Como señalé, las izquierdas ganaron 136 diputaciones federales; 28 escaños al Senado de la República y las gubernaturas del estado de Tabasco, Morelos y el emblemático gobierno del Distrito Federal.

Independientemente de cual será el desenlace final de la demanda de invalidez de la elección presidencial presentada por López Obrador a los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TRIFE), toda esa fuerza política electoral no debe echarse por la borda. La difícil situación de nuestro país exige que todas las fuerzas políticas se pongan de acuerdo en como resolver lo que más agobia a los mexicanos, esto es, la violencia armada de la delincuencia organizada en las calles; la falta de crecimiento de nuestra economía para que generen millones de empleos; sacar de la crisis al sector energético (pivote de nuestra economía); una reforma integral a nuestro sistema educativo; una mejor redistribución de la riqueza nacional mediante una reforma hacendaría de largo alcance ; abatir los índices de pobreza extrema de millones de mexicanos y reactivar al sector agropecuario y piscícola  para abaratar los alimentos de consumo popular.

Esta vez, los partidos de izquierda no deben de excluirse en la toma de decisiones del Poder Ejecutivo y Legislativo. De otra manera dejarán el camino libre a que de nueva cuenta la conducción del país quede en manos de la ya tradicional alianza de gobierno entre el PRI, el PAN y los poderes fácticos del país, como son los poderosos duopolios de la comunicación televisiva y los grandes empresarios.

Si como promete el presidente electo, Enrique Peña Nieto ejercerá un gobierno democrático y plural, que mejor momento para allegarle y luego negociar las propuestas de la agenda del “Movimiento Progresista”. Continuar dando palos de ciego no abonará al proceso democrático de nuestro país.

El movimiento lopezobradorista podría ser la vanguardia de los grandes cambios que exige la nación, siempre y cuando no quede atrapado  en la mezquindad de los intereses patrimonialistas de los partidos de izquierda o de liderazgos mesiánicos  que anteponen la gloria personal al interés de una mayoría de mexicanos  que reclama de sus dirigentes resultados  tangibles que se reflejen en una mejor calidad de vida. Las izquierdas  no tienen derecho a la autoflagelación.