domingo, 25 de marzo de 2012

EL PAPA, CORTINA DE HUMO

La visita pastoral de tres días del Papa Benedicto XVI por el Estado de Guanajuato concluyó sin pena ni gloria. Para la alta jerarquía católica de nuestro país fue un espaldarazo del pontífice en su urgencia de pactar con el Estado mexicano el de ampliar su influencia en la política educativa, en la cultura y en la prevalencia de sus privilegios terrenales. Nada mejor que la visita del Papa para hacer presión al Congreso de la Unión a efecto de que apruebe las reformas al artículo 24 Constitucional.

Es emblemático que el gobierno panista de Felipe Calderón consensuara con el Vaticano la visita papal precisamente días después de la conmemoración del natalicio de Benito Juárez, el mismo que fundó el Estado Laico y separó a la Iglesia del poder civil. De igual forma tendió una cortina de humo a la violación de los Derechos Humanos en nuestro país como así fue reconocido por varios ministros de la Corte cuando analizaron y debatieron el proceso penal en contra de la ciudadana francesa, Florence Cassez sentenciada a 60 años de prisión como responsable de secuestro.

Como es del dominio público los magistrados de la primera sala del Poder Judicial de la Federación no se pronunciaron si la procesada es culpable o inocente sino que concluyeron que desde la integración de la averiguación previa se violentaron sus derechos a un debido proceso.

Si la Corte resuelve finalmente dejar en libertad a la señora Florence Cassez sentará un precedente en cómo se procura y administra la justicia en nuestro país en donde la presunción de no culpabilidad corresponde demostrarla al detenido.

Por otro lado, el gobierno calderonista utilizó ese evento religioso para congraciarse con la grey católica mexicana ante la proximidad de una competencia electoral en la cual el partido gobernante (PAN) podría ser echado de Los Pinos.

Fuera de estos dos ingredientes, el Papa Benedicto XVI no protagonizó nada interesante. Se dijo ser el misionero de la paz, el amor y la reconciliación, pero en modo alguno se pronunció a favor de los pobres, como así lo hizo su antecesor, Juan Pablo II.

No podría ser de otra manera. Ambos pontífices son diametralmente opuestos, hasta en sus orígenes. El polaco, Juan Pablo vivió y sufrió la persecución nazi durante la Segunda Guerra Mundial y luego la opresión comunista que gobernó a su país. En ambas situaciones luchó por las libertades y derechos de su pueblo. Fue un férreo defensor de la fe cristiana. Y ya siendo ungido Papa refrendó ese compromiso a lo largo de su pontificado, a tal grado que influyó en la creación de la nueva república polaca y en el derrumbe del muro de Berlín que hizo posible la reunificación de las dos alemanias. Su enorme carisma como líder mundial trascenderá los anales de la historia contemporánea.

En cambio, de Benedicto XVI no puede decirse lo mismo. De origen alemán, no se tiene conocimiento que haya sufrido el flagelo del nacismo hitleriano por defender su credo religioso o de las libertades ciudadanas; o que haya asumido un compromiso a favor de quienes la perdieron. Su vocación por los oprimidos, no es lo suyo.

Como fiel pastor de rebaño escaló poco a poco en la burocracia del Estado Vaticano hasta alcanzar la silla de San Pedro, sueño anhelado de miles de sacerdotes, pero difícil de alcanzar porque los elegidos son pocos.

Los otros beneficiarios de la visita papal fue el duopolio televisa y tv azteca. Sus aburridos comentaristas repitieron la misma cantaleta de cuando vino a nuestro país Juan Pablo II: que somos un país muy creyente, hospitalario, festivo y amoroso. Esto mismo nos dicen  cuando gana la selección nacional de futbol o cuando se rinde pleitesía a un ídolo popular. Los dueños de las televisoras nos regalan espejitos mientras se llevan a la bolsa millonadas de pesos en publicidad. Si existiera el diablo, no tendrían el menor escrúpulo de ofertarlo como la solución a todos nuestros problemas.