Se estima
que votarán alrededor del 60 al 65% de un padrón de 79 millones 500 mil
ciudadanos De este porcentaje el priista
Enrique Peña Nieto sufragarán a su favor entre el 43 al 47%; por López Obrador
entre el 25 al 29%; y por Josefina Vázquez Mota del 23 al 27%, tomando en
cuenta los márgenes de error. Empero, la moneda está en el aire entre el
segundo y tercer lugar, lo cual tiene relevancia porque si lo ocupa este último
lugar la candidata del blanquiazul sería un revés político al partido gobernante
que preside Felipe Calderón.
Según información
proporcionada por el Instituto Federal Electoral (IFE), la jornada electiva del
próximo domingo estará blindada de cualquier intento de fraude. Desde las 8
horas con la instalación de las 143 mil casillas el proceso electivo estará en manos
de un millón de ciudadanos seleccionados con meses de antelación y al azar, los
que serán responsables de que el sufragio sea ejercido de manera libre y transparente
en las urnas; y una vez concluida la jornada electoral contar bien los votos
con la supervisión de dos millones de representantes de casillas de los 7
partidos políticos que compiten. Además estarán presentes miles de observadores
nacionales y extranjeros, lo que dará más certidumbre a la jornada electoral.
La gran incógnita
será como reaccionarán los 3 candidatos presidenciales más competitivos y sus
partidos políticos, una vez que el vocal ejecutivo del IFE dé a conocer los
resultados del conteo rápido una hora antes de la media noche.
Si bien los
4 candidatos presidenciales se comprometieron a respetar la voluntad de los
ciudadanos expresada en las urnas, eso no es garantía que lo harán los que se
disputan el segundo lugar. El candidato de las izquierdas afirma vehementemente
que será el triunfador y esta misma cantaleta la repite la candidata del
blanquiazul.
No hay duda
que la conducta de ambos estará determinada por el porcentaje de la votación
que saque Peña Nieto. Si es por más de 10 puntos difícilmente podrán argumentar
que hubo fraude. Tal vez impugnarán la elección por algunas irregularidades
antes de la votación como el acarreo de gente a las urnas o la coacción del
voto por medio de dadivas o exceso en el gasto de campaña (práctica común de
todos los partidos políticos), pero no suficiente como para demandar la anulación
de los comicios.
El candidato
del Movimiento Progresista es el que despierta mayor expectación. Si pierde con
más de 15 puntos, uno se pregunta si reconocerá la calificación de las
autoridades electorales y el triunfo de
su adversario priista; y que toda su fuerza política electoral la ejercerá con
altura de miras para impulsar sus propuestas de gobierno en la próxima administración
federal; o si asumirá la misma conducta beligerante de mandar al diablo a las
instituciones y llamar a sus seguidores a tomar las calles y los edificios públicos
alegando tercamente que le hicieron fraude.
De optar por
el no reconocimiento al vencedor sería
un suicidio político para él y los partidos que lo apoyan. La realidad jamás podrá
ajustarse a convicciones personales aun sean de un líder carismático como López
Obrador. El actual sistema político mexicano debe transformarse, pero no como
un acto voluntarista sino a partir de un nuevo proyecto de nación que esté
sustentado y legitimado por la mayoría de los ciudadanos en las urnas.
A juzgar por
las encuestas, si López Obrador o Josefina Vázquez Mota no lograron meter su
proyecto de gobierno en la mente y en el corazón de los millones de mexicanos
que votarán a favor del regreso del PRI a
Los Pinos habría que preguntarse en donde fallaron sus organizaciones
políticas; y el por qué a pesar de los discursos incendiarios de sus candidatos
en las plazas públicas, esta vez no lograrán detener al PRI rumbo a la silla
presidencial después de 12 años de
gobiernos panistas.
Ahora, en el
hipotético caso que López Obrador o Josefina Vázquez Mota ganaran la elección presidencial
contra todos los pronósticos hasta ahora hechos, entonces quedaría al desnudo
que nuestra incipiente democracia continua siendo rehén de los poderes fácticos
que están atrás de la vieja burocracia priista, lo cual es sumamente
espeluznante.