Conjeturas
Por
Francisco Cruz Angulo
No hay por qué escandalizarse en torno a las declaraciones
públicas que hizo Hilario Ramírez “el Layín” cuando en el marco del inicio de
su campaña electoral como candidato independiente a la presidencia municipal de
San Blas -no sé si ingenua o deliberadamente- alardeó que durante su primera gestión
como alcalde haya rasurado un poquito el presupuesto del ayuntamiento. Luego haciéndole
a la “chucho el roto” lo justificó diciendo que con una mano se lo robaba y con
la otra lo entregaba a los pobres.
A la gente de a pie estas revelaciones le provocaron risas,
aplausos, no así a los principales medios de comunicación nacional que de facto
se volcaron sobre “Layín” para
entrevistarlo en cadena nacional.
En todas las entrevistas “Layín” se mantuvo en su dicho: “todo
fue una broma a la gente le gusta la broma”.
La conducta ingenua o calculadora de “layín” refleja una de
las aristas de la cultura de la corrupción.
Esta misma cultura de la corrupción se manifiesta en las
zonas de influencia de los capos de la droga.
Por ejemplo el “chapo Guzmán” gozaba del apoyo popular en su
tierra natal y a sus alrededores porque era dadivoso con la gente. Lo mismo con
Pablo Escobar en Colombia quien durante décadas creció su imperio del tráfico
de la droga y que gracias al apoyo de la gente pobre que hasta lo ocultaba
cuando era perseguido por la justicia.
Ahora bien supongamos que layín no rasuró un poquito el
erario municipal entonces veamos el otro lado de la corrupción que no solo pudo
practicar layín sino que es la maña de la mayoría de nuestra clase política, me
refiero al tráfico de influencias, es decir utilizar el poder para hacer jugosos
negocios. Por ejemplo inflar los precios de los bienes y servicios que ofrece
el sector público; crear empresas fantasmas o a nombres de familiares para auto
obtener contratos de obra pública mediante artimañas legaloides; enajenar bienes
públicos a precio irrisorios; cobrar el moche del 10% para licitar una obra,
claro en complicidad con los cabildos o
con las legislaturas locales.
O sea, esta clase de gobernantes amasan enormes fortunas no
porque hayan rasurado el presupuesto sino porque utilizan el poder como una
moneda de cambio.
Si echamos una mirada retrospectiva al ejercicio de varios
gobernantes nayaritas una vez concluidos sus sexenios nos damos cuenta que durante
su mandato adquirieron bienes raíces en las zonas turísticas; otros se hicieron
de empresas a la mala y de esta manera incrementaron su poderío empresarial. Incluso
algunos se jactan hoy en día que no
dejaron deuda pública pero esculcándoles tantito podríamos ver como utilizaron
el poder para incrementar su fortuna familiar y empresarial.
Los gobiernos panistas y perredistas que tanto se escandalizaban
de las corruptelas priistas fueron ganados también por este tipo de corrupción.
Como justificaba un estimado amigo de filiación priista de aquellos ayeres “nosotros
robábamos pero salpicábamos a la gente… Estos cabrones del PAN son tan
pichicatos y tan inmorales que con una mano se bendicen y con la otra mano se
roban la lana dándose baños de pureza. Todo se lo quedan. No salpican nada”.
Así pues, en tanto no haya una ciudadanía consciente y vigilante
todas estas pillerías por el mal uso del poder público veremos a
todo tipo de políticos que legal o ilegalmente se hacen ricos de la noche a la
mañana.