El luchador social, Andrés Manuel López Obrador no tuvo ningún
problema en realizar en la Ciudad de México en los pasados días 19 y 20 de
noviembre su Asamblea Nacional Constitutiva del Movimiento de Regeneración
Nacional (MORENA) como partido político nacional.
Sus más de 1,900 delegados provenientes de todo el país
aprobaron sus estatutos, declaración de principios y su programa de acción.
A su vez eligieron a López Obrador como Presidente de su
Consejo Nacional y al Dip. Martí Batres como presidente del Comité Ejecutivo
Nacional al salir electo de una terna de aspirantes.
Lo trascedente de esta asamblea nacional del nuevo partido
fue el enjundioso discurso del político tabasqueño y dos veces candidatos
presidencial. Parodiando al Moisés bíblico llamó a sus seguidores a no dejarse
contaminar o practicar los vicios y lacras en las que incurren los actuales
partidos políticos, es decir, no caer al clientelismo electoral, al patrimonialismo
faccioso, al oportunismo, el maquiavelismo, al divisionismo, el sectarismo y todos los “ismos” que practican -según él- los malos de la política.
Si todos los afiliados a MORENA le hacen caso a López Obrador
estaríamos ante la fundación de una congregación religiosa, no de un partido político
en donde una buena parte de sus dirigentes buscan el poder político. Es precisamente
en esta lucha en donde afloran todas esas mezquindades arriba señaladas. No creo
que AMLO quiera conducir a un rebaño de ovejas.
Si aspira a construir un partido moderno, competitivo y que
sea una nueva alternativa en la lucha política y social, lo primero que deberá hacer
es acatar las reglas institucionales de la competencia electoral. Lo que si
puede hacer MORENA es proponer y coadyuvar por la transformación de esas
instituciones, sea desde el Congreso de la Unión, gubernaturas, legislaturas
locales, ayuntamientos y hasta la movilización popular.
En cambio, si López Obrador pretende construir una ínsula de
pureza espiritual en medio de terreno fangoso es una utopía condenada al
fracaso. Hasta hoy ningún cambio social y político en nuestro país y en el
mundo, se ha logrado por la buena fe de líderes carismáticos. Ni tampoco es la
lucha de los buenos contra los malos.
Es cierto que no podemos regatearle a López Obrador que hasta
hoy encarna los sentimientos y aspiraciones de casi 16 millones de ciudadanos
que votaron por él en los comicios pasados. Pero que no olvide que hoy dos terceras
partes de ciudadanos no comparten su plataforma ideológica y programática.
Además está obligado a entender que para hacer las grandes
transformaciones políticas y sociales que exige el país es necesario reconocer
a sus adversarios, dialogar, pactar compromisos en aras de que se fortalezcan
nuestras instituciones democráticas.
Obcecarse en su viejo discurso de la descalificación de sus
adversarios y hasta de nuestras instituciones es gritar en el vacío y lo único que
provocará es que al interior de MORENA se generen los vicios y lacras que él
mismo critica.
MORENA tendrá futuro como proyecto de nación en la medida que
capacite e impulse a una nueva generación de cuadros políticos. Desde esta
perspectiva es alentador que López Obrador anunció la creación de una escuela de
cuadros a nivel nacional. Desde esta plataforma educativa el nuevo partido podrá
tener en sus dirigencias nacionales, estatales y municipales a nuevos líderes
que interpreten y contribuyan a
transformar la realidad de nuestro país, con visión de largo alcance y no quedar
atrapados en la lucha del clientelismo electoral.