Por Francisco Cruz Angulo
El nuevo Papa Francisco escogió el día de San José (ayer 19
de marzo) para iniciar su pontificado al frente de una feligresía calculada en
1,200 millones de católicos en los cincos continentes.
En la misa de ascensión a la silla de San Pedro asistieron cientos de jefes de
estados y misiones diplomáticas y representantes de otras religiones del orbe.
Coinciden la mayoría de los expertos en el tema que el Papa Francisco
mandó una señal inequívoca al tomar el nombre de San Francisco de Asís, lo que
indica que retomarán los principios originarios del cristianismo, esto es, la
opción por los pobres; cargar la cruz de
su parroquia sin lujos y sin ostentaciones de poder terrenal. Este compromiso
implica una renovación moral de toda la estructura burocrática de la iglesia
católica que en los diez últimos años sus pastores han sido motivo de
escándalos como la pederastia, lavado de dinero en el banco de El Vaticano y sacerdotes
que aceptan dinero sucio de las bandas del narcotráfico, sobre todo en américa
latina.
Por otro lado su pasado lo alcanza. Sectores de la izquierda
latinoamericana le echan en cara que cuando se desempeñó como arzobispo de
Buenos Aires en la década de los 70´s no hizo nada para detener la política de
exterminio de la dictadura militar e incluso se le acusa de haber sido cómplice
–por omisión- del asesinato de seis sacerdotes jesuitas, hermanos de su misma congregación,
la compañía de Jesús, los que se destacaron por la defensa de los Derechos Humanos
y su opción por los pobres, aquí en la tierra.
No obstante estos juicios de valor, el Papa Francisco tiene
ante sí una oportunidad para reivindicarse ante Dios y ante su grey: sentar las
bases para una nueva reforma de la iglesia católica que desde hace décadas se
viene deteriorando por una prolongada longevidad.
Según los expertos, la primera tarea es remover el status quo
en la Curia, es decir, a la hoy poderosa maquinaria burocrática que después del
papado de Juan Pablo II es el poder real tras la silla de San Pedro.
El segundo reto del nuevo Papa es reunificar la cristiandad
universal. De no hacerlo la iglesia católica continuará siendo una diáspora que
siembra nuevas iglesias cristianas por todo el universo.
El tercer desafío es construir una iglesia más terrenal de
compromiso social que reivindique a los pobres; que se pronuncie por la paz y
la solidaridad mundial; por las libertades del hombre y de la mujer; por la alimentación
de los niños que mueren por millones a causa del hambre y la desnutrición; por
la conservación del medio ambiente, o sea que continúen los cuatros jinetes del
apocalipsis (La Guerra, La Muerte, la Peste y el Hambre).
Encarar estos desafíos no será tarea fácil para el nuevo
pontífice. Si consideramos su edad avanzada de 76 años y su fragilidad física
tiene por lo menos tres años para que la iglesia recupere su credibilidad, hoy
cuestionada por muchos.
Vale la pena añadir dos comentarios adicionales respecto a la
delegación diplomática encabezada por el Presidente Enrique Peña Nieto.
El primero es la invitación personal que hizo el mandatario
federal al Papa Francisco a visitar nuestro país. Desconocemos si la aceptó el
santo Papa.
Como representante del Estado mexicano dejó en claro que como
país democrático se es respetuoso de la libertad de culto religioso en donde
todos sus creyentes son iguales ante la Ley.
El segundo comentario es la posición que asumió Peña Nieto en
su encuentro privado con los cardenales
de nuestro país José Francisco Robles Ortega, Norberto Rivera Carrera, Juan
Sandoval Iñiguez y Javier Lozano Barragán. Ante ellos remarcó el carácter laico
del Estado mexicano y la separación de los asuntos religiosos y del gobierno
cuando aludió la reciente reforma al
Artículo 3° Constitucional que se refiere a la Rectoría del Estado en materia Educativa.
Este mensaje es por si
el alto clero de la iglesia
católica mexicana pretenda inmiscuirse o presionar en asuntos que solo competen
al gobierno civil, así como ocurrió en los dos últimos gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón. Más claro ni
el agua.